De la noche a la mañana nuestra vida cambió radicalmente. La situación del Covid-19 cambió nuestras vidas de un momento a otro y nos obligó a adaptarnos a nuevas rutinas, mientras que nuestros gobiernos, expertos sanitarios y los medios de comunicación nos daban las pautas a seguir y los gráficos y detalles acerca del virus que nos amenazaba como sociedad.

Todo cambió. Pasamos de una imagen de “yo” a sentir la calidez de un “nosotros” en el que las muestras de respeto y solidaridad ante la salud de todos nos hacían quedarnos en casa y aplaudirnos y saludarnos desde los balcones.

La salud es lo primero! Está claro! Indiscutible es el hecho de que debemos hacer todo lo posible por proteger nuestras vidas. El instinto de supervivencia lo supera todo. Alimentado por el desconocimiento, datos confusos y miedo, ese instinto innato es lo que nos mantiene con vida, es el que mantiene todo funcionando. Apelamos a nuestra razón y somos capaces de justificar cualquier acción, que por supuesto, era necesaria e inevitable para garantizar nuestra seguridad.

Una vez encontrados nuestros nuevos principios morales, consecuencias del movimiento social y la desinformación, la adaptación resulta más fácil, más cómoda. El fin justifica los medios y lo mismo pasa con los valores. Al fin y al cabo, no estamos haciendo nada malo ¿no? Sólo hacemos lo necesario para sobrevivir. Hay que establecer prioridades y lo que antes definía nuestra vida resulta irónicamente fácil de reemplazar por el nuevo “correcto”.

Atrás queda el escepticismo y el análisis. Atrás quedan las alternativas y las adaptaciones personales, atrás queda vivir en equilibrio y la nueva realidad es una cultura del “yo” disfrazada de “nosotros”. Los primeros desabastecimientos en los supermercados marcaron el comienzo de la paranoia nacional y de los sinsentidos que dieron paso a un uso aparentemente ya superado de los plásticos de un sólo uso. Adiós principios y propósitos de año nuevo y bienvenido el caos.

Mientras luchamos silenciosamente en nuestras casas confinados contra un virus, el virus más peligroso se va haciendo cada más fuerte. La ignorancia. Aprendemos de nuevo a lavarnos las manos y la pregunta es: ¿Cuándo nos atreveremos a mirar a la verdad a la cara?

La verdad de que como sociedad nuestro estilo de vida pronto nos llevará a la siguiente crisis de salud, por no hablar de la crisis existencial que estamos viviendo y de la que nos hemos olvidado en cuanto llenamos una bolsa de plástico de la frutería con plátanos, asegurándonos de que estamos protegiendo todo contra el virus.

¿Y dónde está entonces nuestro sentido común? Tenemos la oportunidad de reflexionar y de encontrar alternativas reales y, ¿qué hacemos? Plastificarlo todo en nombre de la salud.

El Greenwashing en marketing hace referencia a campañas publicitarias y productos que disfrazadas de eco-friendly no son realmente sostenibles, ni responsables. Tan sólo otorgan una falsa sensación de satisfacción personal a su consumidor, el cual cree haber adquirido un producto fabricado en equilibrio con el medioambiente, cuando sólo se trata de una bonita ilusión.

Por lo tanto, el Self-Greenwashing se podría definir como la imagen falsa que nos creamos de nosotros mismos al creernos que vivimos en equilibrio con nuestro medio y sobre todo con respeto hacia todas las generaciones y seres vivos. Imagen que reforzamos en nuestro espejo de blancanieves llamado “redes sociales” que nos reafirma en nuestros valores actuales.

Y aquí estamos, creyendo que hemos superado de la mejor manera una crisis, cuando en realidad nos estamos embarcando en crisis aún mayores. Y nuevamente es nuestra madre tierra la que sufrirá de nuevo las consecuencias, después del respiro momentáneo que le hemos otorgado. Un planeta que tendrá que enfrentarse al consumo de productos que nos parecían inevitables en un momento tan delicado.

Por favor, pensemos por un momento…..

crítica contra plásticos de un sólo uso

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